Nacido en Madrid en 1966, CARLOS DIEZ es un inquieto artista
que debe su renombre internacional a los Pin Ups o retratos eróticos que…
¡Eh, eh, eh!, ¿Pero qué pasa aquí…? ¡Un momento, por favor! ¡Paren las máquinas!
Esto parece la típica biografía que no se lee ni dios, llena
de datos que a estas alturas no interesan a nadie y aburrida hasta decir basta.
Un biografía normal para una web normal. Y esta no lo es.
Aunque si es eso lo que buscas, si quieres saber dónde
estudié, quiénes son mis ídolos y todas esas cosas, siempre puedes tomarte una
aspirina y pinchar aquí.
Si no, acompáñame…Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia
no tan lejana…
Las profesoras de primaria. Las presentadoras de televisión.
Las actrices del séptimo arte. Las modelos de publicidad. La vecinita del
quinto. Y aquella morena que siempre esperaba el autobús apoyada en la
marquesina, su carpeta sobre el pecho, y que jamás se dignó siquiera a mirar o
a saludar…
A tan tierna edad, ellas apenas sí eran figuras
inalcanzables, fuentes de un anhelo perseverante pero siempre quimérico.
Por suerte, había otros asideros para la evasión. La ciencia
ficción y la fantasía fueron mi segunda gran pasión. Mazinger Z, Space 1999,
Star Wars… Fueron y son poderosas influencias, tanto en lo personal como en lo
laboral. Para entonces, los lápices de colores ya empezaban también a formar
parte de mi día a día, y un pliego en blanco era un poderoso reclamo para
empezar a desarrollar mi vocación: el dibujo.
La niñez dio paso a la pubertad y, víctima de mis
revoltosas, traviesas y un tanto desbocadas hormonas, poco a poco se fue imponiendo
en mi obra gráfica la “mujer hermosa” como tema preferente. Parecía que las
espadas láser, los saltos al hiperespacio y los gritos de guerra al estilo de
“¡puños fuera!” pasaban a un segundo término.








Mi taller por aquel entonces era semejante al de un
carpintero o cualquier otro artesano. Solo que en lugar de serruchos, clavos y
tarugos de madera, abundaba en paletas de colores, pinceles, aerógrafos, y un
sin fin de “revistas para hombres” que fueron en esos comienzos mi fuente de
inspiración y documentación.




Poco podía imaginar por aquel entonces que estaba asentado
los cimientos de algo que años después cobraría vida propia, rebasando las
fronteras de ese pequeño espacio de trabajo para difundirse por todo el ancho
mundo. Pero no adelantemos acontecimientos…




Si el taller del famoso carpintero Gepetto, el creador del
fantástico Pinoccio, se veía repleto de muñecos, relojes de cuco y otras obras
del artista que se apilaban por doquier en cada rincón, las paredes de mi
estudio se poblaron rápidamente con los retratos enmarcados de todas esas
espléndidas mujeres de papel, fruto de mis primeros encargos y obras libres.








Poco imaginaba que enseguida iba a poder entender qué pudo
pasar por la cabeza de Geppeto cuando una de sus creaciones escapó a su control,
ya que algo igual de interesante iba a sucederme a mi también…
Realmente no recuerdo cuándo ni cómo empezó todo. Aunque
supongo que la razón no fue otra que la extraordinaria difusión que comenzó a
tener mi obra a través de exposiciones, libros, portadas de discos y revistas.
Los programas de radio y TV en los que comencé a intervenir a través de
colaboraciones esporádicas y/o entrevistas también ayudaron lo suyo.
El caso es que poco a poco, y ante mi sorpresa, las más
hermosas mujeres que jamás pude imaginar, todas aquellas musas de ensueño que
poblaron mi niñez, empezaron a asomarse por mi estudio. Entre ellas, algunas de
las celebridades que me sirvieron de inspiración en el pasado. Y ese goteo de
bellezas sensacionales no hizo sino aumentar a medida que pasaba el tiempo.
Desde ese momento todas las mujeres que he pintado han sido para mí hermosas
princesas, el hecho de que todas ellas desearan formar parte de mi obra y ser
atrapadas para siempre en el papel por la magia de mis pinceles, me hizo llenarme
de orgullo y satisfacción.




Pero aún hubo algo más importante: la calidad humana de la mayoría de ellas, a menudo oculta bajo sus espectaculares curvas. No miento cuando digo que es en el trato cotidiano cuando estas chicas enamoran realmente. Que es debajo de sus cantos de sirena donde a veces se encuentra buena parte de su arrebatadora belleza. Que no hay forma son fondo…
Los míos se están cumpliendo y estoy encantado con ello. Al
igual que el hada azul entró en el taller de Gepetto para concederle su mayor
deseo y convertir al muñeco de madera Pinoccio en un niño de verdad, parece ser
que alguna coetánea suya debió entrar en mi propio estudio para propiciar una
travesura similar.




Así, a día de hoy muchas de las bellas mujeres que plasmaba en mis obras a partir de meras fotografías se han “hecho realidad” por encantamiento, emergiendo del papel y saltando de los cuadros en las paredes al suelo de mi estudio con el fin de conocerme. Quieren que las devuelva al lienzo de nuevo mitificadas, divinizadas, ahora que la complicidad ha crecido gracias al entrañable trato humano al que antes me refería.
Además, el crecimiento y difusión de mi obra facilitado por
la “red de redes” Internet parece haber provocado un “efecto llamada” al que
responden muchas otras musas de todo el mundo. A todas ellas les agradezco la
infinita paciencia con que aguardan el momento de fusionarse con el lienzo a
través de mi paleta de colores para entrar a formar parte, ellas también, de
esta especie de cuento de hadas.








Es un genuino esfuerzo por perpetuarlas, por inmortalizarlas
para siempre en su máximo esplendor.
Por fin he comprendido que esa es mi labor en esta vida, y
sin reparos acepto de buen grado la tarea. Lo único que puedo asegurar es que
pondré mi máximo empeño en dicho cometido.




Es el cuento de mi vida, por más que mi vida parezca un
cuento.
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